domingo, 24 de julio de 2011

TAN HUMANOS COMO LOS PERROS

INTENTANDO CON LA NOVELA

Aquella noche desde mi casa oí a un perro ladrar y eso me llamó la atención. A lo mejor desde que salí del metro, ladraba. Pero mi caravana pasó. Sin embargo, empecé a pensar por qué aquel perro, en caso de que fuera el del vecino de arriba, que no ladra nunca, se puso de golpe así tan fuerte. Pero es que era un signo. El Alquimista me lo había enseñado en una de mis lecturas. El Universo entero parecía conspirar contra mi persona; eso sí, no sabía si para mi bien como lo supone el Alquimista o para lo contrario. Esta última posibilidad me parecía más exacta, dadas las circunstancias. Además, me di cuenta de ello enseguida; de que, de verdad, al llegar a mi casa, me encontré con gente extraña. Tenía que empezar a interpretar todo lo que había visto en mi camino. La tarea no era nada fácil. Repasé entonces el único tramo del metro a mi “Palacio”. Solía llamar así a mi casa, y muchos tuvieron que decir lo mismo sobre todo mi novia en el momento de manifestar su deseo de pasar la noche conmigo. En el metro, había un guardia que en principio, vigila para todo el mundo. Pero todo abogaba por que solo fingía no estar ocupándose de mí. Nada más salir, estaba otro señor vestido normal y corriente que me miró a los ojos. Esta mirada que dice: “Si pudiera, te mandaría al infierno ahora mismo”. Para mí, él podía ser una alimaña y prestarle atención le daría importancia. Seguí mi camino. A los cien metros, un coche estaba aparcado con dos ocupantes. ¿Qué hacían allí? Quizá nada. Pero, al instante, uno de ellos cogió su teléfono móvil y mientras hablaba, apuntó un dedo hacia mi destino. Podría ser otra coincidencia. La señal más relevante fue mi propia casa. Aquel edificio me pareció ser las Pirámides de Egipto donde nuestro joven alquimista estuvo buscando su tesoro y más bien se encontró con el signo que le iba a revelar el escondite de su trofeo. Mi caso era distinto. En efecto, iba a casa a dormir en mi cama, dado que mi grado de cansancio era mi tesoro. Eso era una falsa interpretación. Justo antes de pasar la puerta central, otro señor, con lentes, dio la vuelta al ver que me aproximaba a él. Tenía auriculares también. Le servían seguramente para comunicar con aquellos del coche. Allí estaba la clave. Cuando abrí la puerta central y que entré, él volvió hacia la entrada para mirarme a través del vidrio, de nuevo. Este signo no era una señal de felicidad y como no me había dado cuenta, el perro se encargó de avisarme.

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