domingo, 24 de julio de 2011

ADELINA

ADELINA




Adelina

es una carta misteriosa

que para leerla

siempre hay que

romper el sobre con el mismo sésamo.



Llega sin ruido a casa

o a donde sea,

pero como una cabra ebria

con fuerza de fiera

enamorada.

Boca prolija como

la madreselva

que la parió.

Cambia de colores

como un camaleón,

se ofrece

y se retira

como en un vals

de tango de la Patagonia marina.

Extraña delicia de flores y luces

no sospechadas por el cielo oscuro de mi blanco paisaje de impaciencia silenciosa.



Una vez en el amplio

campo camal

a pesar de rendida, mi Adelina,

cuan carta rebelde

finge resistir y contradice el movimiento

mecedor de aves y seres afines.



La primera vez,

piedras de recuerdos olvidables,

rocas de suplicio:

¿dirá que ha sido violentada

o que he sido yo un cobarde?

Prefiero ser cobarde –susurro.



Pero Adelina, irreductible,

me retiene finamente

entre las lianas de sus brazos tormentosamente

abrasadores

con una fuerza descomunal.



He de empezar con diligencia supersónica

mi limpia tarea delicada

de labrador sensual,

mi delicada obra maestra

de cartero espía

y mi hermoso oficio peligroso

de médico caprichoso

de las niñas adultas

física o mentalmente.



Adelina,

me corta el césped de la sima,

me quita la regadera

del jardín,

me cierra el grifo de la cima

del placer,

me aleja

del árbol estrellado de pecado

y me sanciona:



“Te quedas

sin partido”.



Mentira.



Todos los dioses

han oído mi oración.

El dios del cartero

alzó su voz sobre mi brecha acústica.



Empieza la corrida, feria

de la virilidad.



Una bomba de huesos enredados hizo

estallar el sobre de tejido de araña

de esta carta carnal con tinta de pozo.

Un volcán de luz pasionalmente misionaria hizo

volar los abrochados andamios

que sostenían este espumoso balcón

de senos de tierno elefante.

Un terremoto galante

nunca visto ni en Chile

apareció con suavidad y firmeza,

fisurando con precisión justo lo necesario

esta carta tenebrosa rendida

pero falsamente resistente.



El césped del jardín

en llamas;

las flores del campo

camal

ardiendo;

una bola de fuego

moviéndose entre paredes

hasta poner en peligro

de incendio

al vecindario.



Aparece entonces

el bombero.

Una inundación sobrenatural

que unta todas las páginas

de la tan larga

y todos los estratos

de la tan profunda

carta Adelina

con un líquido oleaginoso.

Empapa y apaga nuestra bravura compartida

y exhaustos nos deja

a orillas de la calle

justo en el lugar

idóneo

para que nadie

se entere ni con lupa ni con amplificadores

de que mi carta estuvo

a punto de dejarme

carbonizado.



Eso siempre

que me llega

la misma misteriosa carta

firmada

Adelina.

                    Una rutina…

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