ADELINA
Adelina
es una carta misteriosa
que para leerla
siempre hay que
romper el sobre con el mismo sésamo.
Llega sin ruido a casa
o a donde sea,
pero como una cabra ebria
con fuerza de fiera
enamorada.
Boca prolija como
la madreselva
que la parió.
Cambia de colores
como un camaleón,
se ofrece
y se retira
como en un vals
de tango de la Patagonia marina.
Extraña delicia de flores y luces
no sospechadas por el cielo oscuro de mi blanco paisaje de impaciencia silenciosa.
Una vez en el amplio
campo camal
a pesar de rendida, mi Adelina,
cuan carta rebelde
finge resistir y contradice el movimiento
mecedor de aves y seres afines.
La primera vez,
piedras de recuerdos olvidables,
rocas de suplicio:
¿dirá que ha sido violentada
o que he sido yo un cobarde?
Prefiero ser cobarde –susurro.
Pero Adelina, irreductible,
me retiene finamente
entre las lianas de sus brazos tormentosamente
abrasadores
con una fuerza descomunal.
He de empezar con diligencia supersónica
mi limpia tarea delicada
de labrador sensual,
mi delicada obra maestra
de cartero espía
y mi hermoso oficio peligroso
de médico caprichoso
de las niñas adultas
física o mentalmente.
Adelina,
me corta el césped de la sima,
me quita la regadera
del jardín,
me cierra el grifo de la cima
del placer,
me aleja
del árbol estrellado de pecado
y me sanciona:
“Te quedas
sin partido”.
Mentira.
Todos los dioses
han oído mi oración.
El dios del cartero
alzó su voz sobre mi brecha acústica.
Empieza la corrida, feria
de la virilidad.
Una bomba de huesos enredados hizo
estallar el sobre de tejido de araña
de esta carta carnal con tinta de pozo.
Un volcán de luz pasionalmente misionaria hizo
volar los abrochados andamios
que sostenían este espumoso balcón
de senos de tierno elefante.
Un terremoto galante
nunca visto ni en Chile
apareció con suavidad y firmeza,
fisurando con precisión justo lo necesario
esta carta tenebrosa rendida
pero falsamente resistente.
El césped del jardín
en llamas;
las flores del campo
camal
ardiendo;
una bola de fuego
moviéndose entre paredes
hasta poner en peligro
de incendio
al vecindario.
Aparece entonces
el bombero.
Una inundación sobrenatural
que unta todas las páginas
de la tan larga
y todos los estratos
de la tan profunda
carta Adelina
con un líquido oleaginoso.
Empapa y apaga nuestra bravura compartida
y exhaustos nos deja
a orillas de la calle
justo en el lugar
idóneo
para que nadie
se entere ni con lupa ni con amplificadores
de que mi carta estuvo
a punto de dejarme
carbonizado.
Eso siempre
que me llega
la misma misteriosa carta
firmada
Adelina.
Una rutina…
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